El protagonista de esta historia es un "puto burrero" del cártel de Sinaloa liderado por Joaquín "El Chapo" Guzmán. Entra en el duro penal del 'Cereso de Uruapan' una tarde abril de 1998 con un sol rabioso. "La “cárcel” era un bunker de presos con delitos federales que creían dominar el lugar, la mafia siempre preside la caterva en ese tipo de lugares, una tuerca que aprieta hacia adentro. Las personas tienen una idea equivocada de la prisión, gracias a la podrida maña de creerle a la televisión", narra en primera persona el protagonista en entregas anteriores.
Esta es la tercera de cuatro con las que el escritor mexicano Mixar López completa este relato inédito: 'Al penal por la puerta grande y a los clásicos por la puerta chica'. Mañana terminará esta apasionante narración que ha cedido en exclusiva a Libretería:
(...) "Yo me afanaba en el baloncesto, ¿sabes? retas a media pista, veintiunos, relojes, netballs y líneas de triples. Era un buen jugador, me mantenía al margen del deporte. Pasaba todo el día botando la maldita pelota, rascándome las bolas sobre los shorts de lycras e imitando a Michael Jordan en su mítica clavada de 1988 en el desaparecido Chicago Stadium, la antigua casa de los Bulls. En esa época nadie me tocaba, yo no parecía entenderlo, porque aunque el Cereso se entendiera como un Kindergarten, no había día en que regresara a mi dormitorio teniendo que sortear todo tipo de manchas de sangre del suelo: gotas, salpicones, barrizales, pequeñas lagunas. Lo comprendí hasta después, otro preso precoz había corrido el rumor de que yo era sobrino de Sabás López, pero no el delantero del Tampico, sino el acorazado de Zihuatanejo. Y era cierto, mi tío Sabás era un hijo de la chingada, un desalmado al que Paulino Vargas le había compuesto un corrido que interpretarían después Los Tigres del Norte, una crónica exacta de su muerte: “Yo no se si lo buscaban / pero lo agarraron lejos / lo mataron por la espalda / allá por Zihuatanejo”. Era el morbo de los demás el que me dejaba moverme por libertad en todos los rincones del culo de roedor, siendo respetado. Eventualidades y patrimonios de la fucking vida".
"El trato era el siguiente, yo le enseñaría a jugar baloncesto y él me ilustraría en el ajedrez: El objetivo del juego, el tablero, las piezas y sus movimientos, la colocación de las mismas y las capturas excepcionales, como por ejemplo, la promoción de peones: “Cuando se alcanza con un peón la última casilla de una columna, deberás cambiarla dentro del mismo movimiento por una dama, torre, caballo o alfil del mismo color. Tu elección no se limita a las piezas que ya hayan sido capturadas anteriormente, pendejo”, decía el marquitos, y el chess y la basqueada se convirtieron en los días venideros del Centro Recreativo Uruapan. Nos habíamos adueñado de la biblioteca, primero para considerar al ajedrez —según El Marcos— como una “carrera” con dos objetivos: Controlar la mayor cantidad de tablero posible y poner en juego la mayoría de las piezas de ataque, para así evitar mover la misma pieza dos veces durante el comienzo. Una carrera, decía marquitos, pero, ¿para qué jugar vertiginoso en un espacio en donde al tiempo le daba hueva menearse?, ¿en donde los segundos y los minutos le valían madre al puto Dios Cronos?, así que comenzamos a interesarnos en otras cosas, la música por ejemplo" (...)
Hay mucho más, pero también un punto de Bukowski que mola en sí mismo. Hay crudeza y verdad en su lenguaje, lo cual no es fácil. Literatura rabiosa y lúcida al tiempo. ¡Qué hallazgo!
ResponderEliminarBien. Sólo es el principio. Espera a ver lo que te desvelamos mañana y el fin de este primer relato de Prosopopeya. Te sorprenderemos. Y volveremos a sorprenderte el jueves con la entrevista a Mixar.
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